Sin decir demasiado me escondí debajo de la mesa cuando padres y amigos tomaban cafe una noche. Yo era demasiado chica y tantos pies en diálogo ensordecedor me conmovió. No tuve más remedio. La contracara de la mesa fue la cueva de un olvido provisorio y del recuerdo fugaz para los zapatos, desacostumbrados como estaban a la respiración cercana de una niña en la penumbra.
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