Presencia

A la tarde presiento, ensordecedor,
el pulso agonizante del patio.

Algo amasa debajo de las piedras la sombra,
se oyen caer tras el canto de la cigarra
los huesos ya raspados de otras noches.

En la habitación cerrada
las aristas y los bordes de las cosas
se ablandan sin el filo de la luz.

Después de la ejercitación en el olvido
Después de reemplazar con ruidoso viento
la continua foto del presente,
por fin, lenta, la  penumbra va licuándolo todo.

Mas tarde el latido acelera
y revienta del interior la noche.

Devuelven las sombras su vacío
que se amontona y le hace cúpula a lo oscuro
de fuerza violenta las constelaciones
el patio recrudece.


Amanecía


No está hecha de piezas la llanura,
sólo un largo campo para las batallas 
entre la sorda ira del viento y
el pesado suspiro de los que ignoran el mar.


Pensé que nunca llegaría a amanecer
después de tanto prólogo a los valles,
de tan amoroso conteo de las horas
que tarda en florecer una montaña.

Señal


Las calles sin muñecas y sin perlas
no son de la tierra ni del mar.
Cuando decae en ellas el silencio
llego sola a la ciudad que brama,
que pide tu sangre, tu sudario.

Pero esa brisa sólo es lúcido carmín,
la blanca estela es sorpresa.
Un ave, hoy,
no es un gorrión en la ancha tarde,
es la señal del olvido.

En la masa del agua

De flores  y de fiestas creí que vivían los cabellos
enredados como estaban en la carne,
haciéndose espuma firme que brota.


Aunque pensé que no se danza de ese modo en el océano,
aunque supuse que en exceso no se pueden mezclar
las sales con los humores,
fui ahogándome, es que creí
que el ritmo de las aguas era casi eterno,
al menos bellamente repetitivo.


No hubo mundo entonces
más que el espeso mar meciéndose automático,
tan bello como aburrido y solo,
amasando los ojos sobre un espejo vacío.

En el fondo grumoso se ondulaba un cuerpo,
quizás como el mío.

Lo ví deshacerse lentamente en películas delgadas,
capas de piel blanquecinas,
cabellos que se desprendían blandos
porque aquí no hay fiesta ni flores.

 

Mi cuerpo


Como dos antiguos amigos
reposamos mi cuerpo y yo
ahora en el silencio,
y observamos con blanda paz
el bullicio de sus túneles,
su arquitectura de fuerza y atributos.

Viste consistencia de mi endeble andamio
y habla de mí como de alguien tan lejano
para esconderme amorosamente
creyendo quizás que de espinas moriría,
o de intemperie.

De su materia
sólo saben las fogatas de la tierra
en las que ardió sacrificándose en mi nombre.
Me serví de su extensa piel
para enumerar el dolor, erizar las ansias,
darle real imagen al desgarro.

De la gracia de sus ojos
obtuve
la coartada y el sutil descanso,
de que lo confundieran conmigo.

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